Comentario
CAPÍTULO VIII
Viene la madre de Mucozo muy ansiosa por su hijo
Dos días después de lo que hemos dicho, vino la madre de Mucozo muy ansiosa y fatigada de que su hijo estuviese en poder de los castellanos, la cual por haber estado ausente, no supo la venida del hijo a ver al gobernador, que no se lo consintiera. Y así las primeras palabras que al general dijo fueron que le diese el hijo antes que hiciese de él lo que Pánfilo de Narváez había hecho de Hirrihigua, y que, si pensaba hacer lo mismo, que diese libertad a su hijo, que era mozo, y en ella, que era vieja, hiciese lo que quisiese, que ella sola llevaría la pena de ambos.
El gobernador la recibió con muchas caricias y respondió que su hijo, por mucha bondad y discreción, no merecía que le hiciese mal sino que todos le sirviesen, y ella lo mismo, por ser madre de tal hijo; que perdiese el temor que traía, porque ni a ella ni a su hijo ni a persona de toda su tierra se le haría mal ninguno, sino todo el placer y regalo que fuese posible. Con estas palabras se quietó algún tanto la buena vieja, y estuvo con los españoles tres días, mas siempre tan maliciosa y recatada que, comiendo a la mesa del gobernador, preguntaba a Juan Ortiz si osaría comer de lo que le daban, que decía se recelaba y temía le diesen ponzoña para matarla.
El gobernador y los que con él estaban lo rieron mucho y le dijeron que seguramente podía comer, que no la querían matar, sino regalar; mas ella todavía, no fiándose de palabras de extranjeros, aunque le daban del mismo plato del gobernador, no quería comerlo ni gustarlo, si primero no le hacía la salva Juan Ortiz. Por lo cual le dijo un soldado español que cómo había ofrecido poco antes la vida por su hijo, pues se recataba tanto de morir. Respondió que no aborrecía ella el vivir, sino que lo amaba como los demás hombres, mas que por su hijo daría la vida todas las veces que fuese su menester, porque lo quería más que al vivir, por tanto suplicaba el gobernador se lo diese, que quería irse y llevarlo consigo, que no osaría fiarlo de los cristianos.
El general respondió que se fuese cuando ella quisiese, que su hijo gustaba de quedarse por algunos días entre aquellos caballeros que eran mozos y soldados, hombres de guerra como él, y se hallaba bien con ellos; que cuando le pareciese, se iría libremente sin que nadie lo enojase. Con esta promesa se fue la vieja, aunque mal contenta de que su hijo quedase en poder de castellanos, y a la partida dijo a Juan Ortiz que librase a su hijo de aquel capitán y de sus soldados como su hijo lo había librado a él de Hirrihigua y de sus vasallos, lo cual rió mucho el gobernador, y los demás españoles, y el mismo Mucozo ayudaba a reir las ansias de su madre.
Después de haber pasado estas cosas de risa y contento, estuvo el buen cacique en el ejército ocho días, en los cuales visitó en sus posadas al teniente general y al maese de campo y a los capitanes y oficiales de Hacienda Imperial y a muchos caballeros particulares por su nobleza, con los cuales todos hablaba tan familiarmente, con tan buena desenvoltura y cortesía, que parecía haberse criado entre ellos. Preguntaba cosas particulares de la corte de Castilla, y por el emperador, por los señores, damas y caballeros de ella. Decía holgara verla, si pudiera venir a ella. Pasados los ocho días, se fue a su casa; después volvió otras veces a visitar al gobernador. Traíale siempre de los regalos que en su tierra había. Era Mucozo de edad de veinte y seis o veinte y siete años, lindo hombre de cuerpo y rostro.